Clerks

No leer si no se ha visto y se está interesado en verla: puede contener algunos spoilers.

Con Clerks, Kevin Smith abrió la puerta a un universo autorreferenciado. Por decirlo en román paladín, casi siempre habla de lo mismo: problemas afectivos, con autocitas y temas recurrentes como el cómic o el universo Star Wars, con personajes fijos, como Jay y Bob el Silencioso, que hacen su primera aparición aquí y tienen una película -bastante inferior en calidad- con ellos como estrellas.

Aunque no le tocaba ir el sábado a trabajar, el jefe de Dante Hicks (Brian O'Halloran) lo llama por la mañana para pedirle que abra, con lo que todos los planes que tenía para ese día se van al garete. En la tienda las cosas no van mucho mejor: acaba discutiendo con su novia y se entera de que su ex se va a casar con otro. Así, Dante pasa un sábado que se le antojaba perfecto en un sitio que detesta (su trabajo) pero que no tiene arrestos para dejar.

Al lado de este responsable-a-su-pesar trabaja, en un videoclub -que, hasta donde entiendo, pertenece al jefe de Dante-, Randal (Jeff Anderson), para quien, si el trabajo es un engorro, no tiene reparos en darle la espalda para jugar al hockey en la azotea o para ir a buscar películas en otro video-club, aparte de hacer compañía al quejica de Dante.

El punto fuerte de Clerks son los diálogos y las situaciones, a ratos delirantes. Rodada con un presupuesto muy bajo (buena parte la pagó Smith con una indemnización del seguro de su coche), es, hoy por hoy, un pequeño clásico con su propia legión de freakies.