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Muerte en Venecia

No leer si no se ha visto y se está interesado en verla: puede contener algunos spoilers.
Cuando me leí la novela homónima de Thomas Mann, me quedé con la impresión de que me había dejado algo en el tintero, que había algo importante en el libro que yo no había percibido. Como dicen en Amanece, que no es poco, no era lo suficientemente intelectual y había estropeado el libro al leerlo; La montaña mágica, también de Mann, me pareció mucho más clara, por lo seguí con la impresión de que algo se me había escapado por los canales de Venecia. Es posible que tuviera que haber visto Venecia (hay libros que se disfrutan más si tienes cierta experiencia vital), o que Luchino Visconti sí supiera reflejar bien lo que yo no supe leer entre líneas.
Gustav von Aschenbach (Dirk Bogarde) es un músico que se refugia en el Lido por motivos de salud; allí se queda extasiado por la belleza de un joven polaco, Tadzio (Björn Andersen).

Su más o menos idílica estancia en el Lido se ve enturbiada por un peligro, fantasmal y no confesado por los venecianos para no perder turistas (¡ya en 1911!), y que deviene en una epidemia de cólera.
Muerte en Venecia habla de la decadencia (es, probablemente, la ciudad más indicada donde hablar de decadencia).
  • Aschenbach es decadente: su salud es débil, por un lado; por otro, se enfrenta a algo que no conoce, contra lo que no tiene defensa: él, con un sentido de la perfección como algo derivado del trabajo, no sabe cómo enfrentarse a un placer -aun vicario- puro, que aparece como regalado.
  • El Lido es decadente. Alzándose en una isla al margen de Venecia, allí se reúnen todos los vips de la época, en un lugar utópico (en el sentido etimológico de que está fuera de cualquier ubicación vulgar) donde pasan sus vidas, al margen de todo (si habéis leído La montaña mágica, en Davos se reúne un grupo de personas tan al margen como los que ahora nos encontramos en el Lido), sin saber que el mundo que conocen, los valores e incluso la estética que los guian van a cambiar muy pronto.
  • Venecia, ya lo he dicho, es decadente. Una ciudad milenaria sobre el agua, un agua tan pútrida que contamina a sus habitantes. En cierto modo, recuerda a esos seres tan divinos que viven en un mundo aparte -el Lido- haciendo esa música tan currada y tan poco sentimental (como Aschenbach), que todo lo que conocen es rabiosamente perecedero.
  • Visconti es coherente con aquello de lo que habla, haciendo una película indiscutible desde el punto de vista estético: aquí, más que veinticuatro fotogramas por segundo, podríamos hablar de veinticuatro cuadros por segundo, con una luz que sólo puede encontrarse en Venecia, aunque se trate de un día nublado.
    La música no es azarosa: Gustav Mahler había contado a Thomas Mann que, en una visita a Venecia, había quedado cautivado con un joven efebo; Mann transforma al músico en escritor -aunque, lo llamara Gustav, nombre del compositor-, pero Visconti, conocedor del origen de la historia, devuelve a Aschenbach su condición artística, logrando que Bogarde adquiera su fisonomía, sobre todo en las escenas de flashback; no sólo eso: verla es acordarse del Adagietto de la 5ª Sinfonía de Mahler durante tres días, hermosa música que baila en tu cabeza aunque no aciertes a tararearla.

    2 comentarios

    Ernesto de la Serna dijo...

    Dice que soy el espectador número 100.

    ¿Tengo algún premio por tan loable efeméride?

    Su dijo...

    ¿Te parece poco premio el placer de leerme? :P

    Por esa regla de tres, tú te dejarías el sueldo en premios, con todos los que te leen.