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La chica del puente

No leer si no se ha visto y se está interesado en verla: puede contener algunos spoilers.
He aquí una de mis películas favoritas, aunque seguramente no estará entre los Cien Grandes Flins de Todos los Tiempos. Sin embargo, a mí me encanta por su sutileza -habrá quien me diga que impostada- y poesía, empezando por el blanco y negro -desde el cine en color, la elección de B/N es una posición estética- y siguiendo por la historia que nos cuenta.
Gábor (Daniel Auteuil, con una mirada entre desamparada y acogedora) es un lanzador de cuchillos que se encuentra en un puente sobre el Sena a Adèle (Vanessa Paradis, seductora y desvalida) a punto de hacer una tontería. ¿Convencido? de que ella es la llave de su suerte, logra que forme parte de su espectáculo: ella será la diana.
Como esto no es Jólibud, dentro de la predecibilidad que pueda contener el argumento (chico conoce chica en condiciones adversas, chico y chica se lían, etc etc), Patrice Laconte no se limita a vendernos la típica moñez, sino unos personajes cínicos, que no quieren perder. ¿Será posible que Adèle sea el talismán de Gabor, que Gabor sea realmente la vida apetecible en el bloque de uno mismo, en vez de en el de enfrente?

Mi escena favorita es en Italia: ella ha dejado a uno de sus muchos ligues para volver con Gábor y le dice: ¿por qué no vamos a un sitio apartado y me tira unos cuchillos? -porque se llaman de usted toda la película-. La alegoría sexual es muy obvia, pero no por ello me gusta menos. Cierto que la canción de Marianne Faithful, Who will take my dreams away?, ayuda a la emotividad (de hecho, no puedo escucharla sin conmoverme).

Después de este clímax en la relación, ella cree que su suerte ha cambiado, y abandona a Gábor por un griego guaperas, cuya recién casada recicla Gábor para su espectáculo con funestos resultados. Ella desde Atenas y él desde Estambul se comunican su desasosiego hasta que se reencuentran, casi desahuciados, sobre el puente Gálata de Estambul, y no les cuesta nada unirse de nuevo, a pesar de haber vendido los cuchillos: juntos volverán a conjurar la buena suerte.

El final cierra una suerte de ciclo -con variaciones, y ya dice Vargas Llosa que a los franceses esto de las iteraciones, los déja vu en las narraciones les gusta mucho- que te deja con un sabor de boca exquisito, emotivo, y la cámara se aleja abriendo un plano sobre Estambul...

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